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No se canse usted, don Federico. No me convencerá usted, y no olvide el refrán que dice que más vale el pájaro en mano, como este, que he cazado en buena ley, que el hipotético buitre que vuela sobre Alemania y que no deseo. Si hubiera fracasado en las oposiciones, puedo asegurarle que mi actitud hubiera sido la misma. Desde aquel verano de El Escorial, en que, además de mi trabajo, se me amargó tanto la vida sin la menor piedad, me consideré desprendido de la obra de ustedes, porque, aún tan joven, tenía claro concepto de mi dignidad y de mi honradez, tan inhumanamente herida. En ese sentido, escribí más de una vez a Federico mi resolución y no se lo he ocultado a mis maestros y amigos.

Las sesiones se multiplicaron y, convencidos de su inutilidad, una mañana muy temprano doña Juana se presentó en mi cuarto para decirme que como me había separado de la obra no podía continuar en la casa, demostrándole yo mi aprobación al recoger seguidamente mi escasa ropa y saliendo a la calle, en busca de un provisional refugio, hasta trasladarme al pueblo de El Vellón para descansar, al lado de mi madre, y reponer mi salud, harto quebrantada por el largo e ímprobo trabajo de las oposiciones al que me había sometido. Ese refugio lo encontré inmediatamente en la acogedora morada de don José Marcial y de doña María Dorado, su esposa, padres de mi compañero de colegio, Pepe Marcial, y de su excelsa hermana Carola,47 ilustre profesora más tarde de la Universidad de Columbia, en la que dejó grata memoria, y heroica propagandista de españolismo en América, donde, con admirable valor, exaltó a España, precisamente, a raíz de la pérdida de nuestras colonias, arrebatadas por los Estados Unidos con el pretexto del hundimiento, en el puerto de La Habana, del barco de guerra Maine, que después de una tardía investigación pericial, con expertos norteamericanos, se puso de relieve nuestra falta de responsabilidad en aquella catástrofe.


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