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Al minuto salió el sargento del despacho, y, dejándome franca la puerta, me dijo:

–Haga usted el favor de pasar. –Haciéndolo yo así, cuadrándome delante del coronel, diciendo las palabras reglamentarias de «A la orden de usted, mi coronel».

–¿Qué desea usted? –me preguntó.

–Pedirle un favor que me interesa mucho. Acabo de ganar unas oposiciones para bibliotecario y, para poder tomar posesión de mi cargo, necesito presentar la licencia. Como quiera que estoy fuera de cupo, yo me atrevo a rogarle ordenase se me extendiera lo más pronto posible, para evitarme complicaciones y perjuicios.

–Pero usted, tan joven, ¿ya es licenciado y bibliotecario?

–Sí, señor, mi coronel, para servirle a usted –le respondí, con incontenida satisfacción.

–Pues le felicito, y mañana, a estas horas, venga a recocer su licencia, que ya estará lista, pues mi satisfacción en cumplir con usted este servicio es la que usted se merece por su aprovechamiento.

–Muchas gracias, mi coronel –contesté–. A la orden de usted.


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