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Entonces me propuse estudiar por enseñanza libre la carrera de Derecho, principalmente para satisfacer los deseos reiterados de mi madre y de don Tomás, pero surgió un hecho en la apacible vida universitaria cuyas derivaciones dieron al traste con mis nuevos y nobles propósitos.
Yo había entablado amistad con la personalidad de mayor relieve entre el profesorado universitario, el vicerrector de la Universidad, a quien tanto le debía, don Mariano Arés y Sanz,50 no solo por las simpatías que atraían mi juventud y la cumplida correspondencia a mi responsabilidad profesional que, en el servicio al público, cumplía con una seriedad impropia de mis pocos años, pero, al mismo tiempo, con una afabilidad y el mejor deseo de servir y complacer a los lectores, que, al marcharse del salón, demostraban siempre su satisfacción y contento, porque realmente en mí no veían al mecánico alcanza-libros, sino a un bibliotecario que los daba orientaciones bibliográficas sobre las materias de sus estudios, facilitándoles obras por ellos desconocidas con que la biblioteca contaba, a pesar de estar tan abandonada económicamente, sin que dejase de ser una de las más importantes de España.