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La coincidencia de ideas entre don Mariano y yo, pues era un republicano modelo, del Partido Centralista que dirigía nuestro inolvidable maestro y amigo de ambos don Nicolás Salmerón, había estrechado nuestra amistad, rebosante de mi respeto y admiración a su persona, mucho mayor desde que supe que había dedicado muchos años en revolver archivos para crear una nueva y próspera vida económica, descubriendo numerosas fundaciones en favor de la Universidad salamantina, hundidas en el olvido, y merced a cuyas afanosas investigaciones y al reconocimiento de esos derechos, por parte de la Dirección General de la Deuda Pública, surgieron más de trescientas becas para estudiantes de la clase humilde, de entre los cuales han salido hombres tan eminentes como Pedro Dorado Montero, hijo del guardador de los cerdos de su pueblo.
Pero don Mariano cayó enfermo, figurando yo entre los asiduos a verle y a acompañarle, satisfacción reducida a los íntimos amigos que supimos, con gran dolor, que el enfermo iba perdiendo fuerzas y que se acercaba a un fin fatal.