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En toda la noche no pude pegar ojo, resistiendo a las dos de la madrugada la espera desesperante en Medina del Campo, hasta la salida del tren a Salamanca, a cuya estación llegamos a las cinco, conduciéndome un mozo de hotel al Parador de los Toros, situado en la preciosa plaza Mayor, donde, tradicionalmente, se hospedan los toreros cuando venían a actuar en sus célebres corridas de feria, como Mazantini, el Guerra, Lagartijo, Frascuelo, Reverte, los Bombitas, etc.

Todos ellos se hospedaban en el histórico parador y a su puerta se agolpaban los curiosos, para verlos salir y tomar sus coches ataviados con sus espléndidos trajes de luces.

Me llevaron a una habitación, sin lujo, pero muy limpia. Me aseé un poco y me metí en la cama, descansando un poco y haciendo tiempo hasta la hora en que la biblioteca se abriera.

Me encaminé hacia la histórica universidad, subiendo la amplia y artística escalera que sube al segundo piso, donde está instalada la biblioteca. El porteromozo, Isaac, me recibió muy amable y respetuosamente, pasándome al despacho del jefe, que aún no había llegado, pero que no tardó mucho en hacerlo.


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