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Madrid me pesaba demasiado y deseaba vivir y trabajar en otra parte, escogiendo Salamanca por ser la tierra de mi mamá, Aldeadávila, de aquella provincia.

Surgió una dificultad para mi toma de posesión en la Biblioteca Nacional, donde nos posesionábamos todos ante el jefe superior del Cuerpo, el eximio poeta don Manuel Tamayo y Baus, que era la presentación previa de la licencia militar, que yo no tenía todavía, por estar recientemente sorteado, y porque empezaban a extender esa documentación en la zona a los que estábamos excedentes de cupo.

Me presenté al día siguiente en las oficinas de esa dependencia instaladas en el Cuartel de San Francisco, en la calle del Rosario, preguntando a un sargento si podía ver al señor coronel, jefe de la zona. El militar burócrata, con la deficiente educación de su grado, empezó tuteándome, poniéndome dificultades, entablándose entre él y yo un diálogo, que corté diciéndole:

–Pásele esta tarjeta al señor coronel, y pregúntele si me puede recibir.

La tarjeta decía simplemente «Manuel Castillo, Licenciado en Filosofía y Letras».


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