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–Pues yo se lo agradecería en el alma, don Marcelino, porque mi situación reclama que empiece cuanto antes esas oposiciones, en las que tengo la mayor esperanza de mi salvación.
Así le contesté, con la mayor ingenuidad. Don Marcelino me sonrió, diciéndome, con el mayor cariño:
–Pues, entonces, ahora mismo, antes de empezar la clase, voy a redactar y a enviar la renuncia.
Y emocionado le respondí:
–Muchas gracias, maestro.
Y en efecto, a los dos días apareció en la Gaceta su renuncia, a la par que el nombramiento del tercer presidente, un senador y consejero de Instrucción Pública, llamado don Feliciano Herreros de Tejada,46 persona, para mí, completamente desconocida, quien inmediatamente publicó la convocatoria para empezar los ejercicios pasada la quincena reglamentaria.
Y llegó el día, o mejor, la noche en que empezaron los ejercicios y me presenté a la hora señalada en la Escuela de Diplomática, sitio al que éramos convocados los opositores, y me encontré con una serie de futuros contrincantes, hombres todos hechos y derechos, algunos de ellos con chistera y gabán de pieles, que me impresionaron hondamente, pues, a su lado, yo, por mi edad, más infantil que juvenil, y por mi atuendo más que modesto, pobre, me obligaría a luchar con las desventajas, impresionantes, en un plano inferior.