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Realmente, esa preocupación era necesaria una vez que Salamanca entera, a la que habíamos ganado, miraba atenta el desarrollo de los acontecimientos, que exigían una unanimidad en la acción, una beneficiosa competencia entre ambos bandos, para llegar al éxito deseado. Sin embargo, surgió un incidente que gracias a la obligada prudencia, por parte de todos, pudo haber dado al traste con la necesaria armonía, provocado por una propuesta al iniciarse las conversaciones del canónigo don Nicolás Pereyra, director de la Semana Católica, de celebrar una misa en la Catedral en sufragio de las víctimas de la catástrofe y hacer una colecta a la salida entre los fieles, como se hace en Semana Santa por las Ánimas del Purgatorio.
Yo expuse que, según mi criterio, aquello desde el punto económico no reportaría gran resultado, suscitándose un diálogo un tanto violento entre el proponente y yo, que felizmente cortaron los compañeros a tiempo para evitar que la reunión terminase, al comenzar, como el rosario de la aurora. Se aprobó al fin la proposición del canónigo, como asimismo la mía, de organizar un espectáculo en el teatro del Liceo, con varios números de variedades y de música clásica, recabando para mí uno de los números del programa, que consideraba de gran atracción, consistente en varios experimentos de adivinación del pensamiento.