Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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En tercer lugar, a diferencia de Elias, para quien el proceso de civilización produce un mundo menos violento, Foucault entiende el cambio histórico hacia el poder disciplinario en términos de una opresión cada vez mayor. Sin embargo, su diagnóstico del pasado tiene mucho en común con el de Elias, ya que ambos enfatizan la discontinuidad entre el papel moderno y premoderno que desempeña la violencia en la sociedad. En pocas palabras, ambos coinciden en que, a diferencia del mundo contemporáneo, el mundo premoderno era excesivamente violento. También comparten la idea de que un mayor autocontrol ha causado un descenso de la acción violenta, aunque en gran medida Elias ve esto como un signo de avance de la civilización, mientras que Foucault lo interpreta de manera más pesimista a través de su idea de las «tecnologías del yo». Sin embargo, ambos argumentos son infundados desde una perspectiva empírica. Como se ha explicado con anterioridad, Elias proporciona un diagnóstico erróneo sobre la violencia en la modernidad. Si bien la perspectiva de Foucault sobre las formas menos visibles de coerción en la modernidad tardía es importante, dado que los órdenes sociales modernos han desarrollado mecanismos de control social complejos y, a menudo, bien ocultos, esto no sugiere que en la modernidad la violencia experimente una disminución inexorable. Por el contrario, hay más violencia en la Edad Contemporánea que nunca antes. El problema con el relato de Foucault es que se centra casi exclusivamente en la violencia entre las personas y entre grupos en contextos estructurales específicos, mientras ignora el nivel en el que la mayoría de los actos explícitamente violentos han tenido lugar en la modernidad, entre entidades políticas. Así, en lugar de centrar la atención en la acción violenta que tiene lugar en las guerras, los genocidios, actos de limpieza étnica o terrorismo o incluso revoluciones, Foucault se fija en las cárceles, las escuelas o los hospitales psiquiátricos. Sin embargo, si se tiene en cuenta el hecho de que los últimos 250 años han sido testigos de un aumento sin precedentes en el número de víctimas humanas, cuya culminación fueron las dos guerras totales del siglo xx y los proyectos genocidas a gran escala, como, por ejemplo, el Holocausto o los episodios de asesinatos masivos de namibios, armenios, circasianos, camboyanos, ruandeses y muchos otros, cualquier idea sobre el declive de la violencia física parece inverosímil. Aunque se puede estar de acuerdo en que el poder carcelario va en aumento, en sí misma esta cuestión no sugiere que su relación con el poder soberano/violento sea mutuamente excluyente. Por el contrario, es el aumento del poder disciplinario el que ha sido muy importante a la hora de proporcionar nuevos y mejores medios de organización para la proliferación de asesinatos masivos. El resultado final de esta sinergia organizativa entre los poderes carcelario y soberano alcanza, al menos, los 300 millones de muertes causadas por guerras, genocidios, revoluciones e insurgencias en los últimos 250 años, cifra que eclipsa fácilmente el número de pérdidas humanas ocasionadas por la violencia organizada en la era premoderna (White, 2012; Malešević, 2010; Eckhard, 1992; véanse los dos siguientes capítulos).

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