Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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En primer lugar, la clara distinción foucaultiana entre violencia y poder no puede sostenerse desde un punto de vista analítico. Si bien el conflicto social y la política son obviamente posibles sin violencia y una gran mayoría de las interacciones humanas están libres de violencia, esto en sí mismo no significa que el poder político pueda estar completamente separado de la violencia. Por ejemplo, parece bastante difícil, si no imposible, prever el funcionamiento del panóptico sin el recurso institucional a la violencia: las prisiones, al igual que los hospitales mentales, los ejércitos o incluso las fábricas, se basan en la amenaza del castigo violento. Si los presos, los soldados, los pacientes o los empleados no se comportan según lo estipulado por las reglas de sus respectivas organizaciones, todos serán penalizados, a veces incluso con castigos violentos: los soldados que huyan del campo de batalla serán sometidos a un consejo de guerra y es muy probable que sean encarcelados durante mucho tiempo, lo que se acompaña de duros y vergonzosos rituales o, incluso, del pelotón de fusilamiento; los pacientes mentales que rompan las reglas y sean considerados una amenaza experimentarán brutalidad física con regularidad; los presos que se no se comporten como es debido terminarán en régimen de aislamiento o serán golpeados por los guardias; e incluso los empleados de la fábrica que protesten podrían experimentar no solo el despido instantáneo y la pérdida de ingresos y protección social que ello conlleva, sino también amenazas físicas y palizas por parte del personal de seguridad de la compañía. La cuestión clave aquí es que, como Weber (1968) pensaba, no existe un poder político duradero que, en última instancia, no se base en la amenaza de la violencia. Como especifica Poggi (2001: 30): «Lo que califica el poder [...] como político es el hecho de que recae en última instancia en, y se refiere intrínsecamente [...] a la capacidad de un superior para sancionar coercitivamente el incumplimiento de las órdenes por parte de un subordinado». En pocas palabras, el control que un individuo u organización tiene sobre otros individuos u organizaciones sigue dependiendo de la capacidad de infligir dolor mental, físico o emocional, angustia o incluso la muerte. Como los foulcaultianos identifican la violencia con la fuerza física, algo que provoca lesiones en el cuerpo (por ejemplo, Foucault, 1975; Oksala, 2012), tienen dificultades para explicar las formas de violencia no corporales. En esta perspectiva, como afirma el propio Foucault (1982), la violencia es un fenómeno pasivo, uniforme, casi vacío, exactamente lo opuesto al poder, que se considera activo, históricamente dinámico, creativo, destructivo, etc. Sin embargo, si se adopta un enfoque más matizado, es posible ver que, al igual que el poder político, la violencia también está lejos de ser un recipiente vacío y pasivo, y que es un fenómeno muy vibrante que aparece en una variedad de formas e impulsa profundos cambios sociales (Malešević, 2013b, 2010; véase el capítulo II).

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