Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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En segundo lugar, otra de las principales dicotomías de Foucault también parece ser confusa. Oponer soberanía y poder disciplinario puede ser un ejercicio conceptual útil, pero no aguanta bien el análisis empírico.ssss1 Si bien no hay duda de que con el inicio de la modernidad las capacidades técnicas, científicas y administrativas de los agentes sociales y políticos aumentaron drásticamente, esto no es un indicador fiable de que el carácter del poder haya cambiado por completo. Es cierto que los órdenes sociales modernos están ahora, desde el punto de vista organizativo, mucho mejor equipados para vigilar y controlar a sus ciudadanos que sus predecesores históricos. Como muestran Mann (2013, 1993) y Lachmann (2010), solo en los últimos 150 años los Estados han adquirido la suficiente capacidad infraestructural para poder controlar completamente sus territorios, vigilar sus fronteras, recaudar impuestos, acumular y recuperar una cantidad enorme de datos personales de todos los ciudadanos, implementar programas eficaces que cubran las necesidades de la población en épocas de guerra, nacionalizar la propiedad privada cuando se considere crucial para los propósitos del Estado, hacer obligatorio el uso de documentos de identificación personal, etc. Sin embargo, estos mecanismos disciplinarios reforzados no surgieron en oposición a los poderes soberanos. Por el contrario, son los ingredientes organizativos clave de la soberanía política, ya que el poder del Estado se define en gran medida por la capacidad de los propios Estados para monopolizar el uso legítimo de la violencia, los impuestos, la educación y la jurisprudencia sobre los territorios bajo su control. En lugar de ser desplazadas las formas carcelarias/disciplinarias y no violentas de poder, los Estados contemporáneos han utilizado en la práctica estos controles organizativos para mejorar sustancialmente sus poderes soberanos (Malešević, 2013a; Mann, 2013, 2012). En concreto, esto se observa claramente en la llamada era de la globalización, momento en el que, a diferencia de sus predecesores de la Edad Moderna, la mayoría de los Estados del mundo han adquirido una soberanía total que incluye el control de determinadas áreas como los medios de comunicación, la educación pública, la sanidad, el bienestar, la inmigración, el sector laboral y el empleo, la política fiscal, la vigilancia urbana, la planificación ambiental, etc. (Malešević, 2013a: 183; Meyer et al., 1997). Ese poder soberano, encarnado por el Estado nación, que sigue siendo la forma dominante de la política actual, es perjudicial para el argumento de Foucault, pero aún más perjudicial es que este dominio sigue arraigado en la capacidad de la política para infligir violencia a los sujetos que se encuentran bajo su control. En lugar de actuar como fuerzas opuestas, el poder disciplinario y el poder soberano se refuerzan mutuamente.

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