Читать книгу Doble crimen en Finisterre онлайн

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—¿A qué hora llamó la hermana de Rubial?

—Justo antes de llamarlo yo a usted, cabo. Serían las ocho menos veinte.

—Está bien. Dale caña, Aurelio; esa mujer estará muerta de miedo.

Aurelio Taboada accionó la sirena en cuanto se alejaron de Doña Carmen y entró en la carretera general casi derrapando. El guardia conocía el lenguaje de su jefe. Llegaron a la casa de los Besteiro un par de minutos después de las ocho. Se trataba de un chalé edificado en una parcela de unos tres mil metros cuadrados muy cerca de la ría y cubierta en gran parte de pinos. La casa era de construcción moderna, de granito gris y tejado de teja oscura, sobria y de estilo anodino, más parecida a un chalé de cualquier urbanización madrileña que a las casas gallegas. La típica casa de gente con más dinero que imaginación y buen gusto. Manuela estaba sentada en una caja de cervezas vacía a la entrada de la finca bajo un paraguas negro que la tapaba casi por completo; desde lejos parecía un gran escarabajo junto a la tapia. El cabo Souto tenía razón. La mujer estaba temblando de miedo. Verónica se bajó enseguida, la ayudó a ponerse de pie y le echó un brazo sobre los hombros. La puerta de acceso para personas situada a la izquierda del portón para vehículos estaba abierta. El cabo le hizo un gesto a la agente Lago para que abriera el portón, dado que el chalé estaba al fondo de la propiedad, la lluvia arreciaba y él no tenía ganas de ir andando hasta allí. Cuando las dos hojas de chapa se abrieron desde el interior, sacó la cabeza por la ventanilla y ordenó a las mujeres:

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