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—Venga, suban al coche, no se queden ahí. Verónica, sube delante. —La agente obedeció. Manuela se sentó al lado del cabo, que le dio unas palmaditas en el hombro y le dijo—: Vamos, mujer, no tenga miedo. Aunque hayan entrado a robar en la casa, puede estar segura de que los ladrones ya hace mucho que se marcharon.

—Pero la señora no contesta al móvil y siempre lo tiene encendido.

—Claro, porque se lo habrán robado.

Taboada aparcó delante del porche. La criada hizo un gesto con el brazo.

—Nunca entro por la puerta principal. La que está rota es la de la cocina. Siga por la derecha.

Rodearon el edificio hasta la parte trasera. Había un pequeño voladizo que protegía de la lluvia la entrada de servicio. La puerta era sólida, metálica, con una reja acristalada en la parte superior. El destrozo era evidente, exagerado, el marco había sido forzado y un trozo de la cerradura, arrancado de cuajo, estaba en el suelo.

—¿Llamó usted al timbre, Manuela?

—No, nunca llamo, tengo llave. Al ver la puerta entornada y la cerradura rota, me asusté y salí corriendo.

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