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a) El ejecutante

Principalmente coopera en la ejecución de la obra y, cuando esta tiene lugar en público, él se halla ante su presencia: la obra necesita de un público en la medida en que el mismo ejecutante también lo requiere. Entenderemos aquí el público en su sentido más estricto: el grupo efímero y denso de aquellos que asisten a la ejecución. En las fiestas se comprende esta contribución del público. Bien sea en las galas con bailes, en las procesiones religiosas o en las paradas militares, el espectador es al mismo tiempo actor, queda admirado ante lo que contempla y disfruta de ello. En el fondo toma parte en un rito semejante a una especie de obra de arte, obedeciendo inconscientemente, como si estuviese a las órdenes de un director de escena, se presta de buena gana a integrarse en el grupo, acepta la disciplina y la solemnidad. Cuando todo está preparado y no hay espectáculo, la muchedumbre misma se torna espectáculo y casi osaríamos decir que, en este caso, existiría percepción estética sin objeto estético si se insiste en ello, como hace Alain, cuyos análisis nos son preciosos en lo que se refiere a la disciplina de los cuerpos y de la imaginación, al advenimiento de este bello conjunto de formas humanas, organizado y libre, que será para el arte un objeto siempre predilecto y condición esencial de la percepción y quizás de la creación estéticas.

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