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Lo que acabamos de afirmar respecto del teatro, puede igualmente referirse a la danza, pues el buen bailarín es aquel que está tan seguro de sí mismo como para convertir en signos dirigidos al público el movimiento que ejecuta, es decir que va más allá de la propia representación, poniendo no solo gracia sino también espontaneidad en lo que sin embargo está ya más que determinado y previsto. ¿Y la música? Aquí es menos seguro que la espontaneidad del virtuoso esté provocada por el público; en la orquesta el instrumentista no conoce más que al director de orquesta. Pero al menos es necesario que el público colabore en la ejecución facilitando a la obra la tela de fondo de un verdadero silencio, un silencio humano cargado de atención, y que esta atención, repercutiendo de conciencia en conciencia, cree el clima más favorable para la percepción estética.

Pero el examen de la música invita a introducir en esta descripción del público un matiz que preparará el sentido más amplio que daremos inmediatamente al término considerando un público morfológicamente disperso. Este público reunido, que resuena y se hace eco de sí mismo, que introduce en el corazón de cada cual una misma emoción y una idéntica atención ¿es acaso como el grupo que se expresa por una consciencia colectiva nacida de la fusión y casi de la alienación de los individuos? Ciertamente que se da una comunicación aquí, pero debe ser doblemente especificada: 1.ºEsta comunicación es imantada por un objeto soberano que es el objeto estético: el grupo no se quiere solo a sí mismo, sino que desea la realización de la obra, como un público de creyentes anhela el cumplimiento del servicio religioso; por esto, la emoción, en vez de desmandarse como sucede en momentos de pánico, al hallarse ordenada al aspecto del objeto, e incluso medida por él, permanece aquí como una cualidad de la atención. y hasta el objeto mismo está atento a reprimir la emoción al mismo tiempo que tiende a suscitarla; por medio de mil argucias, el teatro recuerda al espectador que es espectador y que no debe dejarse prender en el juego;5 2.ºGracias a esta atención que se presta al objeto y a sus virtualidades de objeto, el espectáculo, desarrollando en el hombre la forma suave y soberana de espectador, le invita a ser el mismo y a no alienarse. Así es, como bien dice J. Hytier, como el teatro debe realizar, mejor que la comunicación masiva, «el enlace de una multiplicidad de admiraciones particulares».6 Es lo que Alain expresa diciendo que el espectáculo es la escuela de la autoconsciencia. En vez de perderse entre el público, al ordenarse este público al objeto, el espectador se recupera a sí mismo: el público le invita y le prepara a ser él mismo. Y veremos, de manera semejante, que en lugar de alienarse en el objeto estético, el espectador se afirma igualmente, porque este objeto le devuelve su propia imagen.

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