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Lo que es irreemplazable, lo que constituye la sustancia misma de la obra, es lo sensible que solo es dado en la presencia, es esta plenitud musical en la que nos dejamos embargar, esta conjunción de color, de cantos y acompañamiento orquestal de la que tratamos de captar hasta el más pequeño matiz, siguiendo todo su desarrollo. Por eso estamos en la ópera esta noche, y no como los acomodadores que colocan a los espectadores o como el administrador que calcula los asistentes y evalúa los beneficios, ni como el director de escena que toma nota de las incorrecciones y los desvíos de los actores o como el ingeniero de la radio que retransmite la obra y constata ciertos ruidos en el sonido. Nosotros hemos venido para abrirnos a la obra, para asistir a este despliegue sonoro sostenido por acordes plásticos, pictóricos y coreográficos, en esta apoteosis de lo sensible. Son nuestros oídos y nuestra vista los que están invitados a la fiesta, aunque, evidentemente estemos presentes por entero: la conciencia que da y exige el sentido no ha podido quedarse en los vestuarios y toma parte también en el espectáculo, aunque con una condición: que se dedique a preservar la pureza y la integridad de lo sensible, precisamente neutralizando cuanto pudiese alterarlo y alejando de la apariencia, los cabezazos de un vecino, la torpeza de un figurinista o el continuo movimiento del director de orquesta. Es así como lo sensible, mantenido como tal, al precio de esta vigilancia, segrega un sentido con el que la conciencia puede satisfacerse. Un sentido necesario, puesto que lo sensible no podría ser captado si fuese un puro desorden, si los sonidos solo fuesen ruidos, las palabras puro grito, los actores y los decorados meras sombras y manchas insólitas. Y este sentido es inmanente a lo sensible, es su misma organización. Lo sensible se nos da primero y el sentido se ordena a él. Cuando leíamos el programa hace un momento, prestábamos atención al sentido, tanto más cuanto que nuestra lectura estaba orientada por estas cuestiones: queríamos saber quién hace el papel de Tristán, o quién ha desafiado los decorados, buscábamos más información acerca de la estructura de la obra.3 Pero cuando el telón se levanta, cuando el preludio comienza, ya no hacemos otra cosa más que atender: escuchamos y observamos, y el sentido nos vendrá dado por añadidura. Se desprende de lo percibido, como aquello por medio de lo cual se percibe lo percibido.

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