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Tal es la idea de Tristán que en este momento, en que estoy escribiendo estas líneas, puedo tener. Digamos, pues, que la obra no tiene más que una existencia virtual o abstracta, la existencia de un sistema de signos que están saturados por lo sensible y que permiten la inmediata representación; se halla en el papel, también se encuentra disponible, de modo virtual como el pasado bergsoniano, en la memoria de los actores que conservan el recuerdo de las precedentes representaciones: ¿acaso no es así como se conserva el ballet mientras no se descubra para ello una adecuada forma de escritura definitiva? ¿No se han transmitido los primeros poemas a través de la tradición oral? Pero tales signos no son cualesquiera, son la promesa del objeto estético, y la obra no se reduce exactamente a ellos: la obra no está verdaderamente dada hasta que la partitura se ejecuta, cuando al creador se une el ejecutante, el intérprete. Por ello la partitura es ya obra de arte, al igual que el libreto o cualquier tipo de poema escrito en un trozo de papel, a condición de que se sepa leerlo, es decir, que al menos «se escuche», aunque solo sea virtualmente, la música que allí se prescribe. También es así como subsiste la obra plástica: el cuadro o la estatua no son más que signos que esperan expandirse en una representación, aquella que posibilitará el mismo espectador prestando su mirada al objeto, permitiéndole manifestar lo sensible que duerme en el hasta que una mirada no acuda a despertarle. Lo que el artista ha creado no es aún el objeto estético, exactamente es el medio que posibilita a este objeto su existencia, cuando lo sensible, por una mirada, es reconocido como tal. El objeto no existe en su existencia propia más que con la colaboración del espectador y el mismo artista debe hacerse espectador para acabar su obra. Miguel Ángel respondió a alguien que se admiraba de que esculpiese siempre con aquella especie de furor: Odio esta piedra que me separa de mi estatua; pero la piedra no cesa de separar la estatua hasta que una mirada consiga liberarla, encontrarla, en la contemplación misma de la piedra.

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