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– Por cierto, ¿qué tal sigue Joaquina? – continuó el doctor Ibarra interesándose por la salud de la esposa del guardés.

– Pues gracias a los remedios que usted le recetó se encuentra perfectamente, pero acompáñenme que Joaquina acaba de preparar café.

Amalio, era un hombre ya entrado en años y de estatura corta, pero aun suficientemente ágil y recio gracias a la actividad que realizaba diariamente en las labores del campo. Con dos zancadas rápidas, se adelantó para entrar en la casa y anunciar a su esposa la llegada de los dos invitados.

Nada más cruzar hacia el interior de la humilde vivienda que habitaban los guardases, tanto el padre como el hijo no pudieron disimular su deleite al percibir el aroma a café recién hecho.

– ¡Doctor! – dijo la guardesa con un gesto de admiración hacia don Alejandro – pase y siéntese que ahora mismo le pongo un café con un poquito de leche como a usted le gusta.

– Hola Joaquina – saludó cariñosamente Juan que entraba en la estancia tras su padre - , ¿habrá para mi otra taza de ese café que huele tan bien?


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