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Ni siquiera ahora, con aquel suceso superado, sabía Juan determinar el tiempo que estuvo contemplando el cuerpo sin vida de su abuelo, mientras era incapaz de mover un solo músculo. Sólo cuando fue confirmada la muerte por su padre, quien entonces le rodeó con un fuerte abrazo, reaccionó Juanito para prorrumpir finalmente en un llanto desconsolado.
– ¿Y qué ha sido de tu vida todos estos años? – preguntó al joven Ibarra el guardés, sin poder disimular un cierto halo de tristeza -, no sabes cuantas veces Joaquina y yo os mentamos a ti y a tu abuelo, recordando cuando veníais a pescar juntos.
Antes de que Juan respondiera, el doctor Alejandro Ibarra les puso al corriente de que su hijo se había licenciado en historia y ahora estaba trabajando en su tesis doctoral, la cual versaba sobre Felipe II y la Orden de los Jerónimos en la época de la construcción del Monasterio de El Escorial.
– Por eso después de pescar – continuó el doctor -, queremos acercarnos a la casa grande para que doña Mercedes le cuente a Juan la historia de esta finca, que es en realidad donde habitaron los primeros jerónimos, y el propio monarca algunas temporadas hasta que se construyó el monasterio.