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Los único sonidos perceptibles eran el trino de algún pájaro, y el monótono canto de los grillos que presagiaban la llegada del calor veraniego. Transcurridos unos minutos y sin que todavía ningún pez hubiese mordido el anzuelo, Juan decidió romper el silencio que se había establecido entre ellos y aprovechar el remanso de paz en el que se encontraban para conversar con su progenitor.

– Padre, cuando venía a pescar con el abuelo me contaba siempre una historia, que con la inocencia de la niñez creí a pies juntillas, pero ahora con el paso de los años y después de todo lo que he leído en los libros de historia, me parece un tanto inverosímil.

El doctor Ibarra, tan absorto como estaba en el sedal de su caña, apenas percibió que su hijo le estaba hablando, por lo que este último tuvo que repetir lo mismo nuevamente.

– Y qué es lo que te contó el abuelo.

– Pues que Felipe II y los primeros frailes jerónimos vivieron en esta finca mientras se construía el monasterio y …

– Pues eso no tiene nada de inverosímil y además siendo historiador ya deberías haberlo comprobado – interrumpió Alejandro antes de que su hijo terminase.


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