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– Si perdona – respondió el joven como despertando de un sueño y dudando, sobre si debía revelar lo que se le acababa de ocurrir o esperar hasta estar más seguro -, es que…

Ante el silencio repentino de Juan, la joven volvió a insistir.

– Es que, ¿qué? – preguntó Isabel casi a punto de echarse a reír ante el estado de despiste de su acompañante.

Juan desvió su mirada hacia el rostro de Isabel, pero apenas dos segundos después volvió a desviar su atención hacia las aguas del lago.

– Es que – decidió no desvelar su posible descubrimiento -, cada vez que veo este lago me parece distinto, dependiendo del punto de la orilla en que estés situado, si lo ves en la mañana o durante la tarde, si el día es soleado o nublado y sobre todo cambia con la estación del año en que nos encontremos. En definitiva, en cualquier caso es una auténtica belleza, como tu.

En ese momento, Juan desvió su mirada desde el lago nuevamente hacia Isabel, cogió la cabeza de ella entre sus manos mezclando los dedos bajo su espeso cabello negro, para acercar sus caras lentamente y fundir sus labios en un cálido e interminable beso.


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