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Felipe II sufrió otro duro golpe un año más tarde en 1580. Encontrándose batallando en la guerra en Portugal, recibió la noticia de la muerte de su querida reina Ana. Se produjo en Extremadura debido a una epidemia, y el rey no pudo siquiera asistir a las ceremonias del sepelio, al tener que mantenerse al frente de su ejército. Por otra parte, aunque no sirvió de consuelo para el monarca, resolvió con relativa rapidez el problema portugués obteniendo una victoria contundente sin apenas sufrir bajas en su ejército.

El príncipe Felipe III tenía tan solo 2 años de edad cuando murió la reina Ana, por lo que Isabel deseaba y esperaba que el niño corriese la misma suerte que su madre. De momento había desaparecido la mujer que a lo largo de diez años había sido la causa del distanciamiento del rey, tanto de ella como de su hijo, así como de su expulsión del Parque de la Fresneda. Por ello, a pesar del intenso odio interior que sentía, Isabel volvió a albergar esperanzas de conseguir un nuevo acercamiento al monarca.


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