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Con estos pensamientos en mente, decidió que la única forma era desplazándose a El Escorial. A través del padre Guillermo Galdeano consiguió que los agustinos adquiriesen una casa en las inmediaciones del monasterio, donde ella y su hijo, que estaba en plena adolescencia, pasarían inadvertidos. Así, una vez que la primavera dio paso a los calores del verano, se desplazaron desde la capital hasta el clima más saludable de la Sierra del Guadarrama.
– Padre Guillermo – dijo Isabel una vez instalada en la casa escurialense de los agustinos -, podéis contar con que si consigo reconstruir mi relación con el rey hablaré a favor de vuestra orden.
– Eso espero señora – dijo el prior complacido -, pero no se como conseguiréis acercaros al monarca. Recordad que cuando volvió de la campaña portuguesa, le pedisteis audiencia para trasmitirle vuestras condolencias por el fallecimiento de la reina y sin embargo no accedió. Así que, os será muy difícil penetrar en la fortaleza que suponen los muros del monasterio.