Читать книгу El tesoro oculto de los Austrias онлайн

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– Lo sé – convino Isabel -, pero no pretendo traspasar esos muros, y por eso e indagado sobre las costumbres del rey extramuros del monasterio.

– ¿Habéis averiguado algo que os pueda ser de utilidad? – preguntó interesado el prior agustino.

Isabel explicó como había llegado a saber que en vida de la reina Ana, Felipe II tenía por costumbre desplazarse hasta una roca situada hacia el sur, a unos tres kilómetros del monasterio, que resultó ser un mirador privilegiado desde donde el rey podía divisar con una amplia panorámica el desarrollo de las obras.

– El pico de la roca fue cortado para obtener una base plana – siguió explicando Isabel tal y como se lo habían trasmitido a ella misma -, excepto en sus dos extremos norte y sur, donde fueron labradas en la roca una y tres sillas respectivamente. En las tres que están enfrentadas a la fachada sur del monasterio se sentaban el rey, la reina y un infante, mientras que en la de enfrente se sentaba el arquitecto Juan de Herrera para dar al monarca las explicaciones oportunas.


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