Читать книгу El tesoro oculto de los Austrias онлайн
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– Eso era en vida de la reina – apuntó el padre Galdeano -, pero quizás tras su muerte, el rey no haya vuelto a ese lugar.
– Ya me he informado de ello – dijo Isabel triunfante – y parece ser, que las visitas del monarca a ese lugar, que ya es conocido como “Silla de Felipe II”, son cada vez más frecuentes.
Con su plan perfectamente trazado, Isabel y Álvaro, acompañados por el prior agustino, se desplazaron una calurosa tarde de verano hacia la Silla de Felipe II. Al llegar al lugar, ascendieron hasta el promontorio formado en la parte más alta a través de unos escalones labrados en la propia roca para facilitar su acceso. Una vez en lo alto quedaron maravillados ante la panorámica que se desplegaba frente ellos, resaltada aun más al tener el sol de poniente que se proyectaba como un foco sobre el bosque, que tenían a sus pies, y el colosal edificio de granito que como un gigante resaltaba sobre lo diminutas que a su lado parecían las casas de la población escurialense.
– Ven Álvaro – reclamó Isabel -, siéntate aquí, que es donde se sientan los hijos del rey, yo me sentaré donde solía sentarse la reina, y usted padre Guillermo haga las veces de rey sentándose entre nosotros dos.