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En lugar de celebrar una audiencia cargada de protocolo en los aposentos reales, padre e hijo se dedicaron a tener una conversación más distendida, mientras paseaban por el jardín de los frailes que se encontraba al pie de la fachada sur del monasterio.

Recorrieron las calles trazadas entre las plantaciones atendidas por numerosos jardineros. Durante el paseo, el rey se interesó por la salud de Isabel y le reconfortó saber, por boca de Álvaro, que su madre disfrutaba de una salud excelente y aun conservaba parte de la belleza de antaño.

Después, el soberano preguntó a su hijo sobre la formación que había recibido de los agustinos hasta ese momento. Álvaro hizo una descripción pormenorizada de todas las materias en las que había recibido una instrucción tan precisa como profusa.

A continuación, y tras mostrar su conformidad con lo que su hijo le había referido, Felipe II recomendó a su hijo que se enrolase en el ejército. Ello, lo consideraba el monarca imprescindible para completar la formación del joven, pero advirtiéndole que para ello debía contar con el beneplácito de su madre.


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