Читать книгу El tesoro oculto de los Austrias онлайн

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Después de una exitosa jornada de caza, en la que se cobraron distintas piezas entre las que, además de numerosos conejos y liebres, destacaban un venado de seis puntas y tres jabalís, el rey se dirigió al encuentro de Isabel Osorio de Cáceres. La dama esperaba en el Mirador de la Reina y nada más llegar el rey al pie de la escalinata de acceso al promontorio, Isabel descendió por la misma sin saber exactamente lo que el monarca querría de ella.

El odio que sentía hacia el que había sido su amante no había disminuido con el transcurso del tiempo. Muy al contrario, se había convertido en una obsesión el hecho de desear al monarca todos los males posibles. No obstante, teniendo en cuenta que por el bien de su hijo haría cualquier sacrificio, no descartaba la esperanza de retomar las relaciones de antaño.

Tal esperanza, no era baladí, ya que para nadie en la corte era ajeno que habían transcurrido prácticamente ocho años desde la muerte de la reina Ana. Sin embargo, en todo ese tiempo, al soberano no se le habían conocido relaciones con dama alguna, susceptible de convertirse en la nueva reina. Muy al contrario, pareciere que Felipe II guardaría en su corazón luto eterno a la reina Ana, independientemente de mantener el negro como color predominante en su vestuario por ser la etiqueta de la Corte. No obstante, Isabel reprimiendo su odio y tratando de fingir lo máximo posible, no dudó en mostrarse amable y solícita, para intentar ocupar nuevamente el corazón del rey.


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