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– Majestad, ¿dónde habéis adquirido todos los conocimientos necesarios para realizar ese colosal monasterio que ya se empieza a vislumbrar? – preguntó Isabel durante uno de los paseos que realizaba junto al rey. Solían caminar alrededor de uno de los estanques del Parque de la Fresneda, ante la mirada acusatoria de los monjes jerónimos con los que se cruzaban.

– Ya sabéis que dediqué varios años de mi juventud a recorrer toda Europa, donde pude apreciar la belleza y hermosura de múltiples edificios y jardines. Allí también, tuve la suerte de conocer a numerosos artistas en distintas especialidades. Antes de mi regreso a España acordé con muchos de ellos su contratación para cuando empezasen las distintas obras que tenía en mente para modernizar nuestro imperio. Debemos ponernos a la altura de las mejores naciones europeas, y para ello necesitamos contar con los mejores.

El rey continuó explicando a su amante que no sólo dedicaba sus esfuerzos y recursos al Monasterio de El Escorial, ya que también había reconstruido y ampliado los alcázares de Toledo y Madrid, utilizando este último como palacio principal y residencia del Gobierno.


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