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– Majestad, sé de sobra que cuando no venís a visitarme pasáis largos períodos en Aranjuez o Valsaín, y ahora que os escucho con la pasión y entusiasmo con que habláis de esos lugares, me pregunto si no esconderéis también en esos dos palacios otras tantas amantes que satisfagan vuestra virilidad.

– Querida Isabel – dijo el rey con cierta ternura -, ya sabéis de sobra que toda la pasión la guardo sólo para vos.

– No sé si creeros – dijo Isabel haciéndose la pícara. Y viendo que el rey estaba en tan buena disposición, no dudó en aprovechar la oportunidad que parecía brindársele -. En todo caso quería pediros un favor.

– Decidme y si está en mi mano se os concederá – dijo el rey con la solemnidad propia de un monarca acostumbrado a las solicitudes de sus súbditos.

– Veréis, no tengo inconveniente en seguir soportando los continuos desdenes de la reina, ya que comprendo sus celos, que por otra parte son totalmente legítimos, pero lo que no puedo soportar es a ese grupo de cucarachas que murmuran continuamente. Además, estoy segura de que hacen conjuros para separarme de vos - dijo la amante sin ocultar su irritación.


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