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Ese año de 1567 supuso una victoria para las intenciones de Isabel, debido a la salida del parque de la mayoría de los jerónimos. Sin embargo para el rey fue uno de los años de más triste recuerdo, ya que falleció su arquitecto y amigo Juan Bautista de Toledo.

En esos tiempos, la decisión más urgente de Felipe II versaba sobre el nombramiento del arquitecto principal del Monasterio del El Escorial, de forma que no se perdiese el ritmo de las obras y se mantuviese la impronta y el buen hacer de Juan Bautista. Para ello, consultó con los que siempre habían sido sus mejores consejeros, especialmente en las decisiones relativas al monasterio, que además del arquitecto recientemente fallecido eran su secretario de obras Pedro de Hoyo y los monjes jerónimos.

– Siento que algo de culpa he debido tener en la muerte de nuestro añorado Juan Bautista – dijo el rey al inicio de la reunión con sus consejeros -. Es posible que le haya exigido demasiadas cosas a la vez. No sólo ha llevado la carga del colosal esfuerzo que supone liderar las obras del Monasterio del El Escorial, sino que además no le he permitido descanso alguno obligándole a ocuparse también de la remodelación de mis otros palacios. Y lo extraño, es que jamás le he escuchado, emitir una sola queja.


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