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–También me encontré a Guita –dijo Arturo, con azúcar en los incipientes bigotes.
–¿Sí? ¿Y qué cuenta?
–Oye, ¿te dijo algo Selma?
–¿De qué? –le respondí mientras veía la pared soleada.
–De Guita.
–¿De Guita? Nada. ¿Por qué?
–¡Ah! –dijo Arturo sonriéndose–, es que ayer, cuando me la encontré, me contó que había visto a Selma, no sé en dónde, y que se le acercó nada más para decirle: «Lo sé todo».
–¿También a ella se lo hizo? –no le podía responder por la risa que me daba el imaginarme la cara de Guita ante ese «lo sé todo»–. Ya ves las cosas que se le ocurren a Selma. Un día le dijo a alguien la frasecita y el otro soltó toda la sopa: se sonrojó y tartamudeando dio miles de explicaciones que nadie le pedía. Desde entonces se dedica a lanzarle a todo el mundo un fulminante y frío «lo sé todo», y ha descubierto que quien no palidece se sonroja. Claro, ahora está feliz con el descubrimiento y no pierde oportunidad de ponerlo en práctica.
–Pues aquella pobre está muy inquieta y hasta me preguntó: «Oye, Arturo... ¿qué es lo que sabe?»