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Los dos nos reímos un buen rato. Me acabé la dona con el café y fuimos a comprar otra. Después estuvimos de pie del lado del sol hasta que llegó un vigilante a decirnos que había terminado la visita.
–¿Te acuerdas de lo que te recomendó cuando iba a nacer tu hijo?
–Claro. Menos mal que fue hombre... si hubiera sido mujer me pongo a regalar donas en vez de puros, como me aseguró Selma que se hacía.
De regreso en mi celda tendí la litera y barrí. Pensaba ponerme a escribir, pero vi que en la celda de enfrente, la que usamos de «comuna», Zama ya estaba preparando el almuerzo; así que me fui a acompañarlo mientras terminaba.
–Va a venir Félix a almorzar –me dijo.
–¡Ah! ¿Y ese milagro? Desde que se cambió de «comuna» nunca había venido.
–Es que ha de estar pasando hambre.
–Seguro. Óyelo, viene en la escalera con Pablo. ¡Goded Andreu, no sabes el gusto que me da verte por tu «ex comuna»!
–Aquí me tienen. Pensé que ya me estarían extrañando.
–Tampoco exageres.
–Pasa, Félix –dijo Zama–; te estoy haciendo una ración especial porque de seguro la necesitas.