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–Sí, pinche Zama, haz el favor de no darme la comida cruda.
–Pues ni tan «Zama», pinche Félix.
–Pues ni tan «Félix».
– Mira, ni hables porque me acuerdo de tus comidas que siempre quemabas, y del conejo, que sabía a meados.
–El que la quemaba era Pablo.
–No te hagas. Si para lo único que sirves es para dejar recaditos debajo de las puertas –dijo Zama riéndose mientras hacía el ademán de arrojar un papel bajo una puerta.
–¡Nomás piensa que por un papelito así te detuvieron, y que entonces tenías un mes de casado! –dijo Félix.
–¿Qué? ¿Qué pasó?
–¿No lo sabías? –preguntaron Zama y Félix al mismo tiempo.
–No.
–A ver, Zama –empezó a decir Félix–: conéctate con el número once y cuenta.
–Pues que después de la manifestación del 26 de julio quedamos de reunimos en un café…
–Eso sí lo sé.
–Pero esa noche Zama no lo sabía, entonces yo pasé a su casa y como no estaba… –prosiguió Félix quitándole la palabra a Zama.
–Sí estaba, pero no le abría a nadie; no quería visitas.
–Bueno, pues como no abrió, dejé un recado bajo su puerta.