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–Para verse en el café de las Américas.
–No, en el Viena, que está enfrente –respondieron al mismo tiempo.
–¿Y desde cuándo hablan como Hugo, Paco y Luis?
–Desde… –dijeron juntos y voltearon a verse–. Deja de arremedarme, pinche Zama.
–Ni tan «Zama». Y ahí fue donde nos detuvieron a todos.
–¿Y por qué se citaron precisamente ahí?
–No sé. Yo nada más le avisé al Zama porque no lo habíamos visto después de la manifestación.
En la puerta apareció De la Vega: alto, flaco, con una gran nariz, hizo un gesto de admiración:
–¡No! ¡No es posible! ¡No puedo creerlo! I don’t believe it!
¡Están oyendo otra vez «Zama y el café Viena»! Qué aguante. Renovarse o morir, queridos.
–Mira quién lo dice, que-ri-do.
–Pero si es casi como oír otra vez «Pablo y Sofía».
–O bien, «De la Vega y la subidita que su papá mandó hacer para el coche diez años antes de tener coche» –añadió Pablo en venganza.
–¡Ah! Pero ésa es muy buena –respondió De la Vega.
–Pues yo no la conozco.
–¿No? ¡Cómo que no! Este pinche De Alba, ¡eres un provocador!