Читать книгу Los días y los años онлайн
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–¡Oye! ¡Y esa vida interna! ¡Qué pasa! ¡Hay que democratizarla!
–Ninguna vida interna –le respondí–. Sólo tenemos un lema: Para que nada nos separe, que nada nos una. Y por cierto, cómo va el congresito del pc, ¿ya mero tiras a la dirección?
–Nosotros ya mero, pero tú... nomás te truenan el látigo y llegas corriendo. ¡Control, muchacho! ¡Eso se llama cooon-trol!
–Bueno, pero por lo menos las diferencias de la «base» con la dirección no las tratamos en la cocina y a gritos y sombrerazos.
–Ahora sí me chingaste. Te la has sacado, muchacho. Ya no digas nada porque la echas a perder.
¿No irá a dejar de llover? Empieza a soplar un viento que mete la lluvia bajo el techo del pasillo. Raúl está oyendo Radio Universidad en su celda, bajo la mía. El «mariscal», pienso con una sonrisa. Ahora ya le inventaron que no es «mariscal» sino «almirante» y, en una plática que duró hasta las tres de la mañana, los amigos decidieron que se le habían descubierto algunos puntos medio oscuros en su vertiginoso ascenso y que, sobre todo, el paso de «mariscal» a «almirante» no era muy limpio. Seguramente mañana se lo dirán y ya me imagino la risa del Búho, que siempre habla riéndose. Desde que se le ocurre algo gracioso lo anuncia con una carcajada; luego, entre risas, hipo y golpes en la mesa, emprende el relato que anunció tan ruidosamente. Por supuesto, cuando acaba, necesita brincar del asiento y salir corriendo al patio, pues otra cosa, dado el preámbulo, sería como no reírse. Por lo menos durante tres días, la broma preferida será la del «oscuro y no muy limpio ascenso del ‘mariscal’ a ‘almirante’». La costumbre de poner grados militares se inició con el «comandante» Dávila, un muchacho del Poli al que la policía acusa de haber intentado dinamitar el Viaducto después del 2 de octubre. Llegó con tantos cargos referentes a armas que los muchachos lo empezaron a llamar «comandante». En el antiguo edificio del Conservatorio, en Guadalajara, había dos naranjos que, cuando llovía, quedaban brillantes, con las hojas verde oscuro goteando. De cada lado del patio había tres arcos. Era una casa vieja. Cuando supe que Raúl había estudiado música pensé: ha de tocar Martha en puras octavas, o Tico-Tico. De nadie he tenido una imagen más falsa que de él. La noche que lo conocí en el Consejo, a la mitad de la sesión, me pareció insoportable. Movía los brazos encima de la cabeza como un papá asustando a su hijo. Ya aquí en la cárcel, yo seguía pensando que el creador de la frase «bien concretito» (supongo que fue él), que todo el Poli usaba en el Consejo, no podía tocar más que Tico-Tico. Luego, un día me comentó que se ponía de mal humor cuando alguna obra de El clave bien temperado se le dificultaba especialmente.