Читать книгу Los días y los años онлайн

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–¡Ah! ¡Qué descanso!

–Supera tus marcas actuales y podrás presentar la última prueba.

–¡No! ¡No me digas que hay otra! ¡Ya no! ¡No lo soportaría!

–Claro que sí. Falta la de matemáticas.

–¿Matemáticas? ¿También se necesitan para entrar al «pre»? ¡Por supuesto!, se me olvidaba que el «jefe de patrulla» es matemático.

–Pues sí, ya ves.

–Es una prueba muy maldita.

–Pero te basta con cálculo. Eso sí, bien sabidito.

–Dominado –y tronó los dedos.

–Sí. Dominado.

Está buscando el contraataque, pensé al verlo distraído. Se sonrió. Que si la clase de nudos también se computaba. ¿De nudos? No entendía.

–Sí, o qué, ¿no está dando clase de nudos Raúl? Si es como la «guía del explorador».

–Ya sé por qué lo dices. Seguro viste cuando estábamos junto la reja con un cordel. Eres una víbora, pinche De la Vega, no se te podía escapar.

–Raúl hacía lacitos, se los metía entre los dedos y jalaba. No se puede negar que los tenía atentos. Pinche «pre».

Lo peor era que sí habíamos estado hablando de nudos. Raúl estuvo un tiempo en Colima y en la costa de Jalisco. Anduvo en un camión de carga que transportaba piedras o arena, ya no me acuerdo; pero no importa. El caso es que tenía que afianzar las redilas con cuerdas muy gruesas, o poner la lona en tiempo de lluvia. En fin, era necesario hacer nudos especiales. Esa noche no se le podía pasar a De la Vega que el «pre» recibía su clase de nudos. Cosa que seguro comentó durante un mes, por lo menos.


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