Читать книгу Los días y los años онлайн
76 страница из 86
Se hizo otro largo silencio. Siempre que hablábamos de lo mismo el resultado era similar: una vaga inquietud, malestar y descontento. Nadie desea un régimen como el soviético, que con toda tranquilidad vende carbón a Franco para romper la huelga en Asturias; pero tampoco son deseables las multitudes chinas con los ojos en blanco y el catecismo rojo en la mano, listas a asestar la cita.
–Decir que la respuesta está en garantizar la democracia real en todos los niveles es trivial, pues persiste la pregunta: ¿cómo? –dijo Raúl rompiendo el silencio.
–Tal vez respetando a los sindicatos y las organizaciones populares, como pequeñas células democráticas; de esa manera se podría proteger a los individuos.
–¿A los individuos? –dijeron varios.
–Sí. Yo creo que todo Estado es aplastante y se convierte en un fin en sí mismo; no hay «conciencia», por elevada que sea, que impida el proceso. Se necesita, además, fuerza en la base para cortar los procesos deformantes que, de otra manera, tendrán que presentarse en la cúspide.