Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Se iban a un club, al sur de Lima, invitados a almorzar por unos amigos. Se le podía decir al chofer que se tomara el día libre, ellos irían en el sport y le dejarían las llaves del otro carro a Santiago. Todo esto lo había decidido Juan Lucas antes de partir, pero para nada había mencionado lo de Vilma, como si el solo deseo de verla desa­parecer hubiese bastado para que la chola se esfumara.

No fue así. Por eso ahora Juan Lucas manejaba bastante irritado e incómodo. El lío con la servidumbre lo había molestado mucho; él no estaba acostumbrado a despedir a nadie, siempre había liquidado a alguien, había despedido a docenas al mismo tiempo pero firmando un papel, como tantos en el día, y eran otros los que se en­carga­ban de su ejecución. Por una vez en su vida había perdido los papeles y Susan, muerta de pena por to­do, había sido impotente para ayudarlo. Se moría de pena por Julius, qué ton­tuela, con cualquier otra em­pleada todo volvería a ser lo mismo, qué era eso de tomarle camote a la gente. «Qué tontuela eres, Su­san», pensaba Juan Lucas, mientras manejaba su Mercedes por la carretera al sur y, de reojo, veía volar los ca­bellos de amor, cabellos al viento, amor con esos anteojazos negros, no quisiera hablarte de esas cosas, pero me molestan, qué tal si los licenciáramos a todos, los largamos a todos, los has engreído demasiado, ¿es verdad que quieres tanto a esa gente? ¿En qué estará pensando? ¿Le habrá dolido realmente lo de esa mujer? Juan Lucas andaba medio crispado; qué era eso de bajar un día y pedir que te sa­quen el carro del garaje y encontrarte con to­da la servidumbre esperándote frente a la escalera. Uno baja listo para irse donde unos amigos a disfrutar el domingo y toda la servidumbre ahí abajo insolente y todo. No, Susan; por ti no he soltado un ¡váyanse a la mierda! general. Esa mujer, la cocinera con los dientes picados, hablando del sudor de su rostro y de un hijo, enseñándo­telo, casi tirándotelo por la cara, utilizando palabras ab­surdas, ridícu­las en su boca, derecho, seres humanos, sindicato, queja, coju­de­ces por el estilo, Susan y tú muriéndote de pena, de miedo, diciéndoles que los quieres, diciéndoles que vas a castigar a Santiago, y todavía la chola esa, la cocinera te pregunta que cómo, y tú, Susan, tú ni siquiera sabes responderle, te piden que lo pongas interno y tú te rebajas, tú les das explicaciones, tú les dices que ya es muy tarde, que los colegios abren dentro de tres o cuatro días, que te perdonen, te asustas con los gritos de Nilda, así se llama la del crío, Susan eres tan cándida... Te dan la oportunidad, te dicen que se largan juntos y tú les ruegas, tú te mueres de pena, les ruegas que lo hagan por Ju­lius, na­da menos que por Julius, tienes un hijito fran­camente co­judo, Su­san, había que verlo ahí escuchando todo y pren­dido de Vil­ma, mirándonos como si fuera un enemigo, eres cándida, Su­san... Juan Lucas quería hablar de eso, sacarse la escena de adentro, no volverse a acordar más de todo eso, olvidarlo por completo antes de llegar donde los amigos, pero Susan dejaba que el viento jugara con sus ca­­bellos y seguía perdida detrás de sus anteojos de sol, completamente ida, como si lo ignorara, ¿en qué pensaba?

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