Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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Pero, cosa que nunca sucedió cuando sus hermanos comían en Disneylandia, ahora toda la servidumbre venía a acompañar a Julius; venía hasta Nilda, la Selvática, la cocinera, la del olor a ajos, la que aterraba en su zona, despensa y cocina, con el cuchillo de la carne; venía pero no se atrevía a tocarlo. Era él quien hubiera querido tocarla, pero entonces más podían las frases de su madre contra el olor a ajos: para Julius todo lo que olía mal olía a ajos, a Nilda, y como no sabía muy bien qué eran los ajos, una noche le preguntó, Nilda se puso a llorar, y Julius recuerda que ese fue el primer día más triste de su vida.
Hacía tiempo que Nilda lo venía fascinando con sus historias de la Selva y la palabra Tambopata; eso de que quedara en Madre de Dios, especialmente, era algo que lo sacaba de quicio y él le pedía más y más historias sobre las tribus calatas, todo lo cual dio lugar a una serie de intrigas y odios secretos que Julius descubrió hacia los cuatro años: Vilma, así se llamaba la chola hermosa de Puquio, atraía la atención de Julius mientras lo bañaba, pero luego, cuando lo llevaba al comedor, era Nilda con sus historias plagadas de pumas y chunchos pintarrajeados la que captaba toda su atención. La pobre Nilda solo trataba de mantener a Julius con la boca abierta para que Vilma pudiera meterle con mayor facilidad las cucharadas de sopa, pero no; no porque Vilma se moría de celos y la miraba con odio. Lo genial es que Julius se dio cuenta muy pronto de lo que pasaba a su alrededor y resolvió el problema con gran astucia: empezó a interrogar también a los mayordomos, a la lavandera y a su hija que también lavaba, a Anatolio, el jardinero y hasta a Carlos, el chofer, en las pocas oportunidades en que no había tenido que llevar a la señora a alguna parte y se hallaba presente.