Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Los mayordomos se llamaban Celso y Daniel. Celso contó que era sobrino del alcalde del distrito de Huarocondo, de la provincia de Anta, en el departamento del Cuzco. Además, era tesorero del Club Amigos de Huarocondo, con sede en Lince. Allí se reunían ma­yordomos, mozos de café, empleadas domésticas, cocineras y hasta un chofer de la línea Descalzos-San Isidro. Y como si todo es­to fue­ra poco, añadió que, en su calidad de tesorero que era del Club, le correspondía el cuidado de la caja del mismo, y como el candado de la puerta del local estaba un poco viejito, la caja la tenía guardada arriba en su cuarto. Ju­lius se quedó cojudo. Se olvidó por completo de Vilma y de Nil­da. «¡Enséñame la caja! ¡Enséñame la caja!», le ro­gaba, y ahí en Disneylandia, la servidumbre en pleno go­­zaba pensando que Ju­lius, propietario de una suculenta alcancía a la que no le prestaba ninguna atención, insistiera tanto en ver, to­car y abrir la ca­ja del Club Amigos de Huarocondo. Esa noche, Ju­lius tomó la de­cisión de escaparse y de entrar, de una vez por todas, en la lejana y misteriosa sección servidumbre que, ahora, además, ocultaba un te­soro. Mañana iría para allá; esta noche ya no, no porque la so­pa aca­baba de terminarse y el columpio se iba poniendo cada vez más suave, la silletita voladora hubiera alcanzado la luna, pe­ro siempre sucedía lo mismo: Vilma lo sorprendía con sus manos ásperas como palo de escoba y se lo llevaba a Fuerte Apache.

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