Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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–¡Este niño! Lo que has hecho... ayúdame.

–...

–Apúrate, tengo que servirle a tus hermanos...

–Tengo que acompañar a Cinthia.

Cinthia también tenía su ama, como Julius tenía a Vilma, pe­ro no era hermosa sino gorda y buena; gorda, buena, antigua, vieja, respon­sable y canosa. Julius se pasaba la vida haciéndole la misma pregunta y ella nunca sabía cómo respondérsela.

–Mamá dice que eres una de las pocas mujeres del pueblo con canas, ¿por qué?

La pobre Bertha, buenísima como era, hizo todo lo humana­men­­te posible por averiguar y un día se apareció con la respuesta.

–Entre la gente pobre el indicio de mortaldá es más alto que en­tre la gente decente y bien.

Julius no le entendió ni papa, pero retuvo la frase probablemente en el subconsciente porque un día, siete años más tarde, le vino así igualita, con sus errores y todo, mientras se paseaba en bicicleta por el Club de Polo. Ahí sí que la comprendió.

Pero entonces hacía también siete años que Bertha había muerto. Bertha se murió un día, una calurosa tarde de verano. Habían vaciado la piscina y estaba sentada en un sillón esperando que Cin­thia vi­niera para escarmenarla y refrescarla con borbotones de agua colonia que ella jamás dejó que le entraran a sus ojitos. Lo mismo ha­bía hecho treinta años atrás con la niña Susan, hasta que la mandaron a estudiar a Inglaterra, y luego, cuan­do regresó, hasta que se casó con el señor Santiago y empezaron a nacer los niños. Cinthia apareció corriendo, sofocada, gritándole ¡aquí estoy mama Bertha!, pero la pobre acababa de morir por lo de la presión tan alta que siempre la ha­bía moles­tado. Antes de sentirse a la muerte, tuvo la precaución de poner el frasco de agua colonia en lugar seguro para que no se fuera a caer; escogió el suelo porque era lo más cercano, al ladito puso el peine de Cinthia, cuya voz logró escuchar, y su es­co­billita.

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