Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

51 страница из 166

Julius presenciaba el asedio de su madre. Mientras Cinthia preguntaba, él permanecía inmóvil, con las orejotas como alfa­jores-voladores, las manos pegaditas al cuerpo, los tacos juntos, pero las puntas de los pies bien separadas como un soldado distraído en atención. El asedio tenía lugar en el baño que usó su padre. Ahí es­taban aún sus frascos; no los habían movido: ahí estaban sus lo­ciones, sus cremas de afeitar, sus navajas, hasta su jabón se había quedado ahí y su escobilla de dientes. Todo a me­dio usar, para siempre. «Parece que fuera a venir», le dijo un día Cinthia a Julius, pero no por eso se olvidaba de Bertha.

–Julius, limpia bien tu corbata negra –le dijo, otro día.

–¿Por qué?

–Mañana por la tarde vamos a enterrar a Bertha.

Al día siguiente, Cinthia regresó muy nerviosa del colegio. No bien saludó a su mamá le dijo que no tenía tareas que hacer y corrió a buscar a Julius que estaba jugando con Vilma en el huerto. El po­bre no había pegado los ojos en toda la noche. Toda la tarde la había estado esperando y, no bien la vio aparecer, corrió a su encuentro. Cin­thia lo cogió de la mano y él la siguió como siempre en esos días. Vil­ma venía detrás. Cinthia lo llevó hasta su dormitorio y le pidió que la esperara afuera mientras se cambiaba el uniforme. Salió linda pero toda vestida de ne­gro; desde la muerte de Bertha se vestía siempre de negro, me­nos cuando iba al colegio. Susan ya no hacía nada por evitarlo. Lo llevó de la mano hasta el baño y le lavó la cara con amor. En­tonces le dijo que lo iba a peinar y que quería humedecerle el pelo. Julius aceptó que lo bañaran en agua colonia y se dejó peinar; también dejó que ella le anudara nuevamente la cor­bato­­ta negra, a pesar de que Vilma podía resentirse porque era ella quien se la amarraba siempre con un estilo muy suyo. Unas gotas de agua colonia se deslizaron por el cuello de Julius, ¡cómo le ar­dió!, las lágrimas le saltaron a los ojos, tanto que Cinthia le preguntó si quería que le cambiara la corbata, pero él le dijo que no y luego sintió lo que uno siente cuando grita ¡por na­da!, al ver que Cinthia sonreía aliviada, porque sin corbata negra no po­día asistir al entierro. Del baño lo llevó nuevamente de la ma­no hasta su dormitorio y ahí se puso a llorar, ante la cara de espanto de Vilma que los seguía siempre silenciosa, como si estuviera de acuerdo con to­do, aun con lo que estaba viendo: siempre llorando, Cinthia abría un cajón de su cómoda y sacaba una ca­ja. Ju­lius la miró aterrado; sabía que iban a enterrar a Bertha, pero ¿cómo? Cinthia destapó la caja y les enseñó el contenido. Vilma y Julius soltaron el llanto al ver el peine, la escobilla y el frasco de agua colonia con que Bertha le escarmenaba diariamente el pelo, un mechoncito también de Cin­thia, de cuando te cortaron tu pelito la primera vez. Se fueron los tres llorando ha­cia los bajos. Cinthia había cerrado la caja y la llevaba a la altura de su pecho, cogida con ambas manos, mientras atravesaban el jardín de la piscina, rumbo al huerto. Julius se que­dó sorprendido al ver que en el camino se les unían Celso, Daniel, Carlos, Ar­min­da, su hija Do­ra y Anatolio. Hasta Nilda apareció, que en esos días andaba en muy malas relaciones con Vilma, siempre por causa de Julius. Los habían estado esperando, Cinthia lo ha­bía organizado todo, también era idea suya el que se vistieran cuan­­­do me­nos de oscuro, y ahí estaban ahora, pidiéndole que se apu­rara, por favor, niñita, la señora nos va a pescar. Los mayor­domos, sobre to­do, le pedían; Carlos, el chofer, acompañaba en­tre sonriente y res­pe­tuoso, la quería mucho a la niñita Cin­thia. Por fin encontraron el lugar apropiado para que Anatolio abriera el hueco donde iban a depositar la caja con el peine, la escobilla y el último frasco de agua colonia que usó Bertha. Terminó su pequeña exca­vación y ahí sí que todos sol­taron el llanto, al pobre Julius la corbata le ardía como nunca y los mocos le col­gaban hasta el suelo. ¡Qué triste era todo! Y por qué ni él ni nadie se espantó sino que todos la quisieron más cuando Cinthia se sacó la medallita de platino que le colgaba del cuello y la enterró también. Por turno, Cinthia y Julius primero, fueron echando un po­quito de tierra; esa última parte fue idea de Nilda. Luego todos se escaparon, menos Carlos que caminó serio a tomar su té de las seis.

Правообладателям