Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Vilma no entendía muy bien qué casa tan rara tenían los primos de los niñitos; acostumbrada a vivir y a trabajar en un palacio, no cap­­taba muy bien esas enormes paredes de piedra, esas ventanas os­curas y esas vigas como troncos; no es que realmente estuviera preo­cu­pada, pero se quedó ya más tranquila cuando el mayordomo le metió letra en la cocina, mientras les invitaban té, y le dijo que era una casa estilo castillo y ¿cómo es la de usted, buenamoza?, mientras lavaba unas tazas.

Ese mismo mayordomo, digno mayordomo de los Lasta­­rria, abrió la puerta, les dijo pasen, y entre todas las amas escogió a Vil­ma. Ju­lius lo captó inmediatamente y le dio un codazo a Cin­thia que estaba tosiendo muerta de miedo. Todos los niños entraron al castillo, y uno por uno, la señora Lastarria los fue besando y reconociendo. «Buenas tardes, señora», dijo Vilma; entregó el regalo con la tarjetita y sintió pánico porque Julius ya había de­saparecido. Gracias a Dios, ahí estaba, de espaldas a ella y mirando muy atento una enorme ar­madura de metal, parada como un guardián junto a una de las puertas del castillo. Cin­thia se le acer­có y se cogió de su mano, los dos miraban ahora, pero en este ins­­tante el brazo de la armadura descendió y casi les da un po­rrazo: era Rafaelito, uno de sus trucos favoritos, que ahora salía disparado hacia el jardín sin sa­ludar a nadie. Julius sintió que ya había empezado el santo donde los primos Las­tarria. «¡Rafaelito ven! ¡Rafaelito ven a ver tus regalos!», gritaba su ma­má, pero Ra­faelito había desaparecido en el jardín y ahora todos tenían que salir a jugar al jardín.

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