Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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Y ese sábado por la tarde los vistieron íntegramente de blanco, zapatitos y todo; para Julius una corbatita de seda blanca, igualita al lazo que recogía el moñito pasado de moda sobre la cabecita rubia de Cinthia. Fueron en el Mercedes. Carlos, el chofer, Vilma, más guapa y blancona que nunca y el regalo, un bote de velas para que navegue en la piscina de los primos, adelante; atrás, ellos dos, mudos, espantados, cada vez más porque ya se iban acercando a la casa de los Lastarria, sus primitos, esas mierdas, ellos los conocían: años atrás sus hermanos Santiago y Bobby habían sido víctimas de las mismas invitaciones. Cinthia, frágil, adorada, continuaba pálida y muda sobre el asiento de cuero del Mercedes. A su lado, Julius no alcanzaba el suelo con las piernas y viajaba con las manos pegaditas al cuerpo frío y con los tacos juntitos temblando en el aire. Así llegaron. Vilma los cargó y los puso sobre la vereda, mientras Carlos bajaba el bote de vela cuyo mástil asomaba por encima del paquete. Otros niños también llegaban, que se conocían y no, y allí, en la puerta de los Lastarria, niños lindos y no, desenvueltos y no, amas con uniformes para cuando lleven a los niños a un santo, allí todo el mundo rivalizaba en belleza, en calidad, en fin, en todo lo que se podía rivalizar frente a la puerta de los Lastarria y era un poquito como si todo el mundo se estuviera odiando.