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—¿Tú qué opinas? –le preguntó Owen a Baris después de haber silenciado el ferviente debate–. ¿Crees que puedes vencerlo?
El primer druida meditó unos instantes. Luego, habló:
—Maki es uno de los seres más poderosos de esta era. Desde su lejano y horrendo nacimiento se ha destacado como un gran talento en la nigromancia. Tiene profundos conocimientos de casi todas las áreas que conforman las artes mágicas. Incluso se dice que fue discípulo directo del mismísimo Amatamentus, lo que lo convierte en uno de los siete Inmortales –si bien nadie lo interrogó con respecto a aquel tema, y Baris optó por no explayarse, Amatamentus era un milenario hechicero considerado por la mayoría de los historiadores como el mismísimo inventor, o descubridor, del arcanísmo. El único hombre al que los dioses temían, y los Inmortales era un muy selecto grupo de siete individuos a los que este cuasiomnipotente ser había aceptado como aprendices. Individuos que, aunque humanos, consecuencia del profundo conocimiento arcano, habían trascendido su humanidad–. Era ligeramente superior a mí hace veinticinco años –continuó el druida– y temo que la brecha entre ambos se haya ampliado. Se cuenta en los caminos que sus poderes no han hecho sino aumentar. Mientras que yo siento que he perdido mucho del vigor de antaño. El tiempo no detiene su andar por ningún hombre, y yo no soy la excepción. Temo que, si lo enfrento, saldría derrotado –finalizó.