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—¿Y qué opinas tú? ¿Puede ser vencido? –le preguntó Owen.
—Mi opinión es irrelevante, yo era muy joven, apenas si lo conocí y definitivamente no lo enfrenté –replicó Avon volviendo a adoptar su inmanente y rigurosa postura–. Además, ya han escuchado las palabras de Baris, él lo conoce mejor que yo y considera que no es sabio enfrentarlo, por lo tanto, no lucharemos.
—Mi querido Avon, olvidas que no es mía la última palabra –le explicó gentilmente Baris–. Sino de nuestro rey.
—Acertada acotación –agregó Cruth–. Aunque sea Baris el más sabio y poderoso de entre nosotros, nuestros códigos dictan que debe ser el rey quien tome esta decisión. Solo el legítimo y auténtico monarca de Eirian puede dar la orden de entregar la Ciudad Gris. Owen –se pronunció dirigiéndose al joven rey–, ¿qué haremos? ¿Lucharemos contra Maki o no?
Owen tenía impresa sobre su rostro una expresión severa y su mirada se veía vacía. Tras la pregunta de Cruth, permaneció mudo por un largo rato, sumiendo a la audiencia en tensa espera. Finalmente, se puso de pie y, con la mirada fija sobre las llamas, alzó la voz.