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—¡Basta! –gritó colérico–. ¡Basta! Yo habré muerto mucho antes que dos miembros de mi reino se maten entre ellos. ¡Sedian, envaina tus espadas! ¡Y tú, Avon, aborta tu conjuro!

Los dos obedecieron, aunque continuaron intercambiando miradas hostiles.

—Sedian –preguntó el rey con severidad–, ¿por qué no quieres aceptar la decisión a la que hemos llegado?

—Nuestro bosque es la fuente de toda vida. La posteridad no nos perdonará si lo entregamos sin luchar.

—Yo opino igual –se sumó Vricio–. Hace veinticinco años las cenizas de mi padre y la de muchos otros fueron arrojadas a lo profundo del bosque tras entregar sus vidas por defenderlo. Prefiero morir aquí antes de abandonarlo sin dar batalla –sentenció el berserker clavando sus ojos sobre la multitud–. Si alguna vez nuestros hijos cuentan la historia de sus padres, será bajo la sombra de los árboles que sus abuelos y nosotros, con valentía y coraje, supimos proteger.

Owen suspiró y agachó la cabeza.

—Comprendo –dijo tras un momento de reflexión–, es su derecho poder luchar por defender lo que les es sagrado.


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