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—No habrá lugar donde su diosa pueda esconderse –continuó el joven hechicero envalentonado tras sentir la aprobación de su señor.
Hubo un momento de silencio.
—Dime la verdad, Idris, y habla desde la profundidad de tus entrañas –continuó el brujo–, ¿no piensas que el paisaje frente a ti, con todos sus ríos, bosques y montañas, es, de alguna manera, una visión que inspira poesía? Sin negar la misión que no hemos asignado, ¿no encuentras un momento para reconocer y admirar la belleza de aquello que estamos signados a fulminar?
—¿Qué dice, maestro? –preguntó un incrédulo Idris sorprendido por las palabras de su señor.
Maki, sin quitar los ojos del paisaje frente a él, permaneció silencioso por unos momentos.
—Olvídalo –dijo al fin al momento que se volteaba–. Vete, corrobora que los exploradores cumplan con las órdenes.
Idris, aún confundido, contempló a su maestro alejarse. Luego alineó sus pensamientos y se dirigió hacia los mercenarios que a sus espaldas aguardaban, y comenzó la asignación de tareas. Idris era extremadamente diligente a la hora de cumplir las órdenes que Maki le asignaba. Le aterraba la idea de, por efecto de algún descuido o falla, decepcionar a su maestro. Perder su favor. A nada temía más que el poderoso hechicero lo alejase de su lado. La aprobación de su amo era lo único que le importaba y aquello para lo cual vivía.