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—Él está harto de ti, me lo ha dicho. No soporta las ridiculeces con las que lo perturbas.

Idris sintió dolor en sus entrañas. ¿Sería eso cierto? ¿Acaso Maki ya no lo amaba?

—Si te vuelvo a ver comportándote de forma sospechosa, Megisto, ¡te mataré!¡Lo juro! –declaró Idris al momento que, con su dedo índice, señalaba la frente del anciano. Sus palabras lo habían herido, pero la lealtad hacia su maestro lo abastecía de coraje.

—Inténtalo, muchachito –lo desafió Megisto con el ceño fruncido–, te licuaré en ácido antes de que puedas pronunciar un verso. Soy mucho más poderoso que tú y lo sabes.

Idris apretó el puño. No estaba seguro acerca de qué hacer. ¿Acaso debía replicar a la amenaza? ¿Sería correcto atacar a Megisto en ese preciso momento? ¿Sería eso lo que su maestro desearía si hubiese visto lo que él vio? Probablemente sí. Había algo en los modos del alquimista que nunca le había gustado. Era demasiado enigmático. Demasiado misterioso. ¿Qué podía haber cuadrado con los exploradores? ¿Qué información llevaba aquel pergamino? Nada bueno seguro. Lo más probable era que fuese efectivamente un traidor, debía proteger a su señor.


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