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Sedian, por su parte, rara vez era visto y se mostraba siempre silencioso y enigmático. Prácticamente no se sabía en qué invertía su tiempo, un hermético gusto por la poesía soñadora era una de las pocas singularidades que se conocían sobre él. Y, si bien no se comportaba de forma altanera como Vricio, solía mostrase displicente y distante con la mayoría de los habitantes de Eirian, trato apático que se extendía a prácticamente todos, con excepción de un estrecho grupo de afectos, los ciudadanos más veteranos y los niños pequeños. Ambos eran hijos de legendarios guerreros y tenían prácticamente la misma edad. Pero a pesar de estas coincidencias nunca habían trabado amistad, a diferencia de sus padres Sarbon y Nial quienes habían sido grandes amigos. Su excelso poder, más allá de destacarlos sobre el resto, prácticamente los había condenado a la rivalidad. Siempre eran comparados, y a la gente de la Ciudad Gris le encantaba especular y debatir acerca de quién era el mejor y el más poderoso. Muchos creían que la fuerza cruda y la granítica constitución de Vricio lo convertían en el más temible berserker del norte. Mientras que otros aseguraban que Sedian, con su la velocidad y exquisitez técnica era, y por mucho, el mejor guerrero de su generación. Este claro contraste de estilos no solo intensificaba su rivalidad y la volvía más interesante, sino que además opacaba sus similitudes: excelsos atributos intangibles de corazón y mente.